miércoles, 23 de julio de 2008

Cachán y Deiro



FELIPE CIPRIÁN

Sería a finales de la década del sesenta cuando un grupo de adolescentes y jóvenes deportistas nos encontramos ante una situación poco usual: Cachán (Héctor Sánchez) y Deiro Pimentel conversaban animadamente en uno de los bancos colocados en la parte sur del parque Libertad de la ciudad de San José de Ocoa.
Muy sorprendidos, pues tanto Cachán como Deiro eran enfermos mentales, descubrimos que esa pareja entablaba un diálogo-debate que se suponía interesante.
Nos acercamos a ellos, rodeamos el banco en silencio para tratar de entrar en la “dimensión” en que aquellos dos enajenados se entretenían aquella tarde fría en el viejo Maniel.
¡Sorpresa! Discutían acerca de sus posesiones imaginarias en una sórdida porfía para ver cuál de ellos era el más potentado.
Escuchamos a Cachán cuando le dijo a Deiro que era el dueño de la manisera que nosotros conocíamos como propiedad de Emilio Castillo, el papá de Teany, la esposa de Tony Isa; propietario, además, de la Factoría Isa, que se suponía era de Yamil Isa; y del Bar Tres Rosas, que nadie dudaba que era de Pururú Pimentel.
Deiro respondió que eso no era nada, porque “yo tengo la farmacia Mario (de Mario Lara), el carro de Bonche (Rafael Echavarría) y el colmado de Salvador (de Salvador Sajiún y su esposa Josefina).
Todos estallamos en aplausos como si estuviéramos en el play animando a jugadores del equipo de Ocoa que al final ganó el juego de béisbol al de Baní, con picheo estelar del zurdo Winston Read y bateo consistente de Edison Molina (banilejo que jugada para Ocoa), Luis Báez y Maguelo Encarnación.
Ante el respaldo a Deiro y en un intento de pasar a la ofensiva, Cachán gritó: “Soy el dueño… ¡de las siete maravillas del mundo! De inmediato la algarabía de un público que crecía como bola de nieve se fue a favor de Cachán.
Deiro, de menor estatura, más pausado, expresó: “Eso no es nada; lo mío es la bolita del mundo. Todo lo tengo”.
Aturdido por el nuevo aplauso acompañado de gritos de ¡ay! ¡ay! ¡ay!, Cachán se puso de pie, infundió silencio y miró con indulgencia a Deiro alzando su mano derecha con cuatro dedos inclinados hacia arriba y el pulgar en ángulo recto hacia el oeste para indicar: “Yo tengo… (hizo un corto silencio expectante siempre sosteniendo su mano hacia arriba y la columna vertebral inclinada ligeramente hacia la derecha)… cuuuaaatttrrrooo… ¡cuatro en efectivo!
Era evidente que Cachán quería hablar de una cifra extraordinariamente grande, pero que comenzaba con cuatro. Pero fue imposible, era tan grande que al final no pudo articularla y puso todo su énfasis para hablar de cuatro como si se tratara del infinito numérico. ¡Cuatro… cuatro en e-fec-ti-vo!, gritaba Cachán mientras rompía el círculo del grupo de jóvenes que reíamos a carcajadas por tener la suerte de participar en un debate tan leal y discutido de estos dos hijos desafortunados de dos familias troncales de Ocoa: Los Sánchez y los Pimentel.

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