lunes, 14 de julio de 2008

Alcides Decena Lugo


Felipe Ciprián

No me sorprendí al ver que Alcides Benjamín Decena Lugo fuera el único juez de la Cámara de Cuentas que afrontó hasta el final el juicio político que siguió el Congreso Nacional a los integrantes de ese organismo.

En el fondo siempre tuve el deseo de que saliera bien de ese trance difícil en que lo puso el destino, por llamar de alguna manera al vaivén de la vida cotidiana.

He visto a Decena Lugo una sola vez en la vida y estoy seguro que él no se recordará de mí, porque ambos cumplimos -cada quien en su rol- nuestro papel por allá por los años ochenta.

A raíz de las protestas masivas de los días 23, 24 y 25 de abril de 1984 provocadas por la decisión del gobierno de Salvador Jorge Blanco, cumpliendo la receta del FMI de sacrificar los programas sociales para pagar la deuda externa, cientos de personas cayeron asesinadas por tropas militares y de la Policía, no menos de cinco mil quedaron heridas de bala y dieciocho mil fueron encarceladas. Entre esos dieciocho mil fue detenido en Baní mi siempre amigo Manuel Guerrero, también conocido como Tito o Duarte.

Enterado del percance de Guerrero, llamé por teléfono a Ramón Martínez Portorreal, presidente del Comité Dominicano de los Derechos Humanos, y me prometió que enviaría al día siguiente a un abogado para que asistiera legalmente a todos los detenidos.

Quien llegó a Baní fue Decena Lugo, nos encontramos en la calle Mella y coordinamos la defensa de todos los detenidos por las protestas. Con su valiente actuación en estrado, logró la libertad de los detenidos, pese al interés del gobernador César Prats y otros funcionarios de mantener en prisión a las personas que se rebelaron contra las medidas del gobierno, que fueron dispuestas en plena Semana Santa de ese año.

Jamás he visto ni hablado con Decena Lugo. No conozco cuál ha sido su trayectoria desde ese momento a la fecha, pero cuando lo vi llegar solitario hasta el final, afrontando solo el juicio que debieron resistir nueve jueces de la Cámara de Cuentas, entendí perfectamente que una parte esencial de su personalidad no ha mermado: su valor y su responsabilidad.

No tengo elementos para alegar la inocencia o culpabilidad de Decena Lugo en su rol como miembro de la Cámara de Cuentas, pero lo felicito porque cargó como un valiente la envestida que debieron afrontar nueve jueces.

Decena Lugo supuestamente acaba de ser sacrificado. Ese es un motivo suficiente para que yo le ofrezca mi amistad y mi reconocimiento. Nunca hubiese escrito este artículo si su estrella estuviese en ascenso. Ahora, con mucho gusto, lo hago.


No hay comentarios:

Bienvenidos a Con el ejemplo

Usted ha entrado a un blog que divulga información actualizada de política dominicana, deportes y temas de interés para toda la familia