sábado, 12 de julio de 2008

María Virtudes Tejeda




Felipe Ciprián

Las generaciones que vivieron en San José de Ocoa desde los años sesenta hasta los ochenta de seguro recordarán a un personaje especial que siempre llamó la atención de conocidos y extraños: María Virtudes Tejeda.
Esta mujer de baja estatura que tendría unos 50 años de edad a mediados de la década del setenta, padecía una enfermedad mental que si se siguen las descripciones y características del doctor Antonio Zaglul en “Mis 500 locos”, debió ser una maníaco-depresiva.
María tenía una vida hogareña cuerda. Vivía sola, en casa propia, la que siempre mantenía limpia. Allí cocinaba, lavaba su ropa y atendía su pequeño taller de costura.
Cuando estallaba su crisis, salía temprano a recorrer parte de la ciudad de Ocoa con un interminable discurso a muy alta voz repartiendo críticas y cuando se encontraba con personas que le parecían conocidas, ella trataba de entablar un diálogo que nunca conseguía. En esos episodios de logorrea, María Virtudes hacía sus descargas más fuertes contra dos blancos: la Policía Nacional y la familia Solano.
En ocasiones se situaba frente al destacamento situado en la calle Duarte y a corta distancia le gritaba “asesinos”, “banda de ladrones”, lo que en escasas ocasiones provocaba la reacción de algún policía que la zarandeaba. Sus críticas a los Solano las lanzaba frente a la tienda de Santa, que para ese tiempo estaba situada en la calle Altagracia casi a esquina San José y que atendían sus sobrinos Colombino y Julito, dos hombres muy queridos por toda la población y que murieron muy jóvenes.
Frente a los Solano, las descargas eran inexplicables, a no ser que algún día se sintiera descontenta al comprar alguna tela y aflorara en sus episodios de logorrea.
En el caso de la Policía, pienso que ella, durante los días de lucidez escuchaba noticias sobre los crímenes políticos que cometían sus miembros, incluido el ahorcamiento del joven Juan de la Cruz Castillo, el asesinato de Loro Casado y Papi Tejeda, el encarcelamiento de José Sánchez Reyna, entre otros.
Esos actos muy probablemente le laceraban su corazón de madre frustrada y cuando estaba desinhibida por su enfermedad, su voz atronadora se convertía en la denuncia fulminante contra esos abusos que muy pocos sanos se atrevían a hacer.

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