viernes, 17 de agosto de 2012

Mujeres que no se dejan matar



(A Zuleika, mi motivo inmediato, la causa es social)
El de la violencia contra la mujer es un tema tan recurrente que quienes escriben se repiten en la condena a ese fenómeno tribal y en la impotencia de que las denuncias son solo testimonios de la época, sin que nada detenga ese tipo de crimen.
Desde 1980 en que me tocó trabajar con organizaciones de mujeres campesinas vengo reflexionando sobre la violencia machista individual y social desde planos concretos, pues del feminismo se ocupan otras personas.
Creo que los escasos avances para lograr el pleno respeto a la mujer se explican, además de la cultura machista, por el sentido paternalista con que se quiere enfocar el problema y por la resignación de gran parte de las mujeres ante la incertidumbre del porvenir, aunque esto también afecte a gran parte de los varones.
Supongo que más de la mitad de las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas sabían con certeza que corrían ese riesgo, pero murieron o quedaron mutiladas física y psíquicamente porque no contaban con un soporte más seguro que les garantizara la supervivencia. Por eso se repite tanto esa frase: “Mi marido me golpea, pero se ocupa de la casa y sus hijos”.
¿Por qué una mujer profesional acepta ser sometida a pruebas de Sida, de embarazo, entre otras, antes de ser admitida en un empleo privado (no público) cuando ella debe saber que eso es contrario a la Constitución dominicana, al Código Laboral, a la Ley de Seguridad Social y a la Ley sobre Sida 55-93?
La razón más lógica es que prefiere que le violen (una raya más para un tigre) sus derechos humanos e importantes leyes del país, si eso le da la oportunidad de conseguir un empleo “digno”.
¿Cuál es la diferencia entre la mujer que acepta atropellos del esposo que “la mantiene” y la joven profesional que consiente la ilegalidad de una empresa que le ofrece un empleo para utilizar su fuerza y su capacidad a condición de que demuestre que no está preñada y tiene una salud perfecta?
La respuesta tiene que ser la misma: ambas prefieren un atropello evidente antes que quedar en el desamparo.
Ninguna injusticia, en la historia de la humanidad, se ha resuelto por la renuncia voluntaria de los indignos a seguir cometiendo atropellos. Todas se han superado por el éxito de una lucha firme, decidida, determinante, que impidió la reproducción de la dominación. En otras palabras, la victoria siempre es el resultado de la resistencia, no de la imploración y la indulgencia.
Si la mujer no está dispuesta a correr el riesgo de salvar su dignidad (con frecuencia su vida) aunque mañana sufra carencias que suple el macho abusador, no puede contar con que un día los machistas van a renunciar voluntariamente a sus mecanismos de sometimiento.
Igualmente, si la mujer que aplica para una vacante en una empresa de gran prestigio acepta que le hagan pruebas de salud totalmente ilegales como condición para admitirla en un empleo, después no tiene que llorar si un ejecutivo la acosa sexualmente. Ella no defendió su dignidad y sus derechos desde el principio, así que no le luce ser selectiva en materia de derechos, aunque en todo caso es una práctica condenable y abusiva de quien lo haga.
II
La azarosa vida de una trabajadora sexual (o prostituta como la llama la Biblia) es una de las peores formas de opresión que ha conocido la humanidad.
Es una realidad de humillación, de miseria, de promiscuidad, de graves riesgos de salud, de deterioro generalizado del núcleo familiar, sin esperanza de cambio y de progreso. En el mundo de la prostituta todo está en riesgo, lo que explica por qué no teme resistir el abuso (una raya más para un tigre) de quienes (hombres y otras mujeres) quieran acabar con su supervivencia.
Son las prostitutas, hasta donde conozco, las que con mayor velocidad han asimilado el problema de la violencia machista y por eso pasaron de ser las principales víctimas en los años sesenta, a las menos asesinadas en el nuevo milenio en República Dominicana. ¿O no es así?
Si antes era frecuente ver asesinar a “un cuero de cabaret”, a una prostituta declarada con tarjeta de control sanitario, ahora es un fenómeno raro y lo común es que las víctimas sean mujeres del hogar (de todas las clases) en conflicto con sus parejas, señaladas como infieles o que se niegan a continuar una relación inaceptable para su salud emocional.
Las prostitutas han aprendido que para detener la violencia machista hay que resistirla en la misma proporción que viene hacia ellas, aunque se pierda la comida y hasta la libertad. Ese riesgo siempre será menor que perder la dignidad o la vida.
La mujer humilde que se deja golpear físicamente o insultar su dignidad con palabras o acciones de la pareja, del Estado o de la empresa y no resiste, está condenada a recibir atropellos mientras dure su vida o su relación. Donde hay abuso está ausente el amor y por tanto solo el conflicto resuelve esa contradicción familiar o social.
La formalidad de la igualdad de la mujer en la sociedad actual es una estafa que no se podrá superar sin que ella combata cada día contra los atropellos de todo tipo, sin esperar que “la indulgencia” advenga por las campañas de “valores”.
Resistir y defender su dignidad a cualquier riesgo y preparándose para no depender de nadie (esposo, familia, empresa) es el camino para que la mujer (y también el hombre) conquiste la igualdad y participe plenamente en el disfrute de sus derechos y en el goce de actuar conforme a sus deberes.

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