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sábado, 13 de marzo de 2010

Sonia Pierre

Felipe Ciprián

La señora Sonia Pierre tiene muchos años luchando, pacíficamente, para que en República Dominicana le reconozcan sus derechos y los de miles de otros que como ella son hijos de haitianos que llegaron a este país hace muchos años para trabajar en campos de caña y vivir en bateyes.
La mayoría de estos jornaleros haitianos fueron traídos bajo contratos entre el gobierno dominicano (dueño del CEA) y propietarios privados de ingenios, de una parte; y el Estado dictatorial haitiano de la otra.
Hay suficiente documentación que demuestra que esa mano de obra sustentó por décadas el negocio más floreciente que había en este país cuando el dinero se obtenía con el trabajo: la industria azucarera. En los campos de caña y en las zonas cafetaleras de las montañas, los haitianos soportaron las tareas más duras y peor pagadas.
Cuando estos dos sectores de la economía declinaron, esa mano de obra se desplazó a la agricultura de hortalizas y musáceas, al peonato ganadero y finalmente al sector de la construcción. Sonia es hija de una de estas familias, nacida en el país, con cuatro hijos suyos.
Quiere y es dominicana, pero cada día encuentra a dominicanos –muy frecuentemente de piel más negra que la suya- que quieren negarle ese derecho.Según ellos, sus padres carecen de un papel que diga que eran residentes cuando ella nació. Pero nunca se han preguntado si ella tiene el otro papel, el que dice que sus padres estaban en tránsito. Sonia acaba de ser galardonada por el gobierno de Estados Unidos, entregado al más alto nivel, y lo tiene merecido, porque ella no nació en este país por su deseo, ni porque sus padres vinieron aquí a traficar con drogas o a depredar el erario, sino porque tenían trabajo, y muy duro por cierto. Sonia, sigue defendiendo a tu gente; así, sin la soberbia de quienes te atacan.

viernes, 31 de octubre de 2008

Xenofobia entre hambrientos



Felipe Ciprián
Salir a cazar personas de piel negra en los campos de Neiba porque un haitiano asesinó a un motoconchista que lo montó como pasajero, es una demostración de cobardía y abuso colectivo contra personas indefensas que nada tienen que ver con un crimen individual que igual pudo haberlo cometido un delincuente redomado de nacionalidad dominicana.
Aunque uno no quiera tiene que ver el trasfondo racista de este tipo de acción, porque ¿quién puede asegurar que todos los agredidos y perseguidos son haitianos? ¿Acaso no hay dominicanos de piel tan negra como la mayoría de la población haitiana y viven también en torno a los bateyes? Por igual, los haitianos mulatos, algunos más “claros” que muchos dominicanos, probablemente no tuvieron que huir de las hordas que lunes y martes probaron su valor golpeando infelices con machetes, palos y piedras como si estuviesen en una jungla donde no hay leyes que respetar y seres humanos que admirar.
Igualmente cobarde es lo que hicieron otros “dominicanos” en Guayubín que incendiaron y destruyeron unas veinte casas habitadas por familias haitianas en represalia por la muerte de un agricultor dominicano a manos de un haitiano.
Las autoridades dominicanas, especialmente la Policía Nacional y el Ejército, actuaron correctamente al acudir a proteger a niños, madres y braceros haitianos que vinieron a este país ñmuy probablemente en forma ilegal- a trabajar y a sobrevivir a las terribles condiciones que imperan hoy en Haití.Ellos no vinieron a pelear, pero han tenido que huir a su país porque unos “caballitos valientes que tienen la carga encima y no la sienten” hicieron un derroche de bestialidad contra gente indefensa a la que quieren hacer pagar el crimen que ha cometido una de las decenas de miles de personas haitianas que viven y trabajan en esas zonas del país.
Las familias haitianas han tenido que cabalgar sin alternativas por las rutas del “compadre general sol”, solo que esta vez no van aturdidas por el “grito de a degüello” entonado por Trujillo en 1937, sino perseguidas por personas que hasta el domingo eran sus compañeros de infortunio en los platanales de Neiba o en las construcciones de calles, aceras, contenes y casas en esas comarcas. Es una especie de xenofobia entre hambrientos.

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