Felipe Ciprián
Cuando los Trinitarios proclamaron la Independencia y anunciaron el nacimiento de la República Dominicana, los haitianos prepararon un formidable dispositivo militar integrado por 30,000 soldados que tenía como objetivo aplastar la rebelión en la parte Este de la Isla de Santo Domingo.
El jefe de la expedición era el mismo presidente Charles Hérard, quien mandaba directamente 10,000 hombres que entraron por San Juan con rumbo a Azua, adonde también confluyó el general Souffront con otros 10,000 soldados que avanzaron por Neiba. La tercera columna salió desde Cabo Haitiano, penetró por Dajabón y su objetivo inmediato era aplastar a Santiago y Puerto Plata, para luego avanzar hacia Santo Domingo donde debía unir fuerzas con Hérard para rendir la plaza y reimplantar el dominio haitiano en toda la isla.
Para quienes consideran que en una guerra de este tipo la victoria es de quien dispone del mayor poder de fuego inicial y de los mejores oficiales al comando de unidades disciplinadas, no debió haber duda de que el triunfo indiscutido sería de los haitianos. El resultado, como sabemos, fue la derrota de esa maquinaria en 12 años de lucha. Inicialmente la resistencia era de una muy pequeña fuerza voluntaria, con escasa preparación militar y contadas armas de fuego. Su combate se transformó en victoria por el arrojo del pueblo y la destreza de algunos de sus líderes en el Sur y el Cibao, que con menos de 600 hombres en cada frente de batalla, combatieron con éxito a un ejército regular con años de tradición y experiencia luchando contra potencias coloniales.
Si nos atenemos a la “historia” que nos han enseñado, entonces aparecerá una especie de Napoleón llamado Pedro Santana que sobresale como héroe, pero que en realidad no mandó tropas ni disparó un solo tiro en Azua el 19 de marzo de 1844.
La lección de esa guerra es que en este tipo de lucha ñresistencia a una invasión- la determinación de un pueblo de no dejarse conquistar, aunque en el momento inicial no tenga las mejores armas, es lo que definirá la victoria a largo plazo.
Todo esto vale también para quienes en el país tratan de alardear sobre la “superioridad militar” de República Dominicana frente a Haití, un pueblo lleno de miserias por la explotación a que ha sido sometido, pero con millones de jóvenes que tuvieron su Espartaco antillano. Unidos a un ideal y bien dirigidos, los haitianos pueden desafiar a un imperio.
Cuando los Trinitarios proclamaron la Independencia y anunciaron el nacimiento de la República Dominicana, los haitianos prepararon un formidable dispositivo militar integrado por 30,000 soldados que tenía como objetivo aplastar la rebelión en la parte Este de la Isla de Santo Domingo.
El jefe de la expedición era el mismo presidente Charles Hérard, quien mandaba directamente 10,000 hombres que entraron por San Juan con rumbo a Azua, adonde también confluyó el general Souffront con otros 10,000 soldados que avanzaron por Neiba. La tercera columna salió desde Cabo Haitiano, penetró por Dajabón y su objetivo inmediato era aplastar a Santiago y Puerto Plata, para luego avanzar hacia Santo Domingo donde debía unir fuerzas con Hérard para rendir la plaza y reimplantar el dominio haitiano en toda la isla.
Para quienes consideran que en una guerra de este tipo la victoria es de quien dispone del mayor poder de fuego inicial y de los mejores oficiales al comando de unidades disciplinadas, no debió haber duda de que el triunfo indiscutido sería de los haitianos. El resultado, como sabemos, fue la derrota de esa maquinaria en 12 años de lucha. Inicialmente la resistencia era de una muy pequeña fuerza voluntaria, con escasa preparación militar y contadas armas de fuego. Su combate se transformó en victoria por el arrojo del pueblo y la destreza de algunos de sus líderes en el Sur y el Cibao, que con menos de 600 hombres en cada frente de batalla, combatieron con éxito a un ejército regular con años de tradición y experiencia luchando contra potencias coloniales.
Si nos atenemos a la “historia” que nos han enseñado, entonces aparecerá una especie de Napoleón llamado Pedro Santana que sobresale como héroe, pero que en realidad no mandó tropas ni disparó un solo tiro en Azua el 19 de marzo de 1844.
La lección de esa guerra es que en este tipo de lucha ñresistencia a una invasión- la determinación de un pueblo de no dejarse conquistar, aunque en el momento inicial no tenga las mejores armas, es lo que definirá la victoria a largo plazo.
Todo esto vale también para quienes en el país tratan de alardear sobre la “superioridad militar” de República Dominicana frente a Haití, un pueblo lleno de miserias por la explotación a que ha sido sometido, pero con millones de jóvenes que tuvieron su Espartaco antillano. Unidos a un ideal y bien dirigidos, los haitianos pueden desafiar a un imperio.
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