jueves, 18 de octubre de 2007

El padre Luis Quinn y los gobiernos dominicanos


En unas horas los restos del padre Luis Quinn, envueltos en un sencillo ataúd de pino, quedarán sepultados a la entrada del templo donde sirvió como pastor por más de 42 años, en San José de Ocoa, pueblo al que amó con tanta veneración y en cuyos campos y barrios dejó las extraordinarias fuerzas -física y espiritual- que trajo desde otras tierras en su juventud.
El deterioro de su salud física era conocido por todos, pero su muerte constituye una noticia desgarradora para los ocoeños y para todos los que lo conocieron, porque continuaba con toda lucidez al timón de la Asociación para el Desarrollo de San José de Ocoa, desde la cual su talento y absoluta honradez estaban puestos al servicio de los más pobres.
La obra espiritual y de mejoramiento de las condiciones materiales de los ocoeños, inspirada y realizada gracias a su gran capacidad de trabajo, hablan por sí solas de este sacerdote sobresaliente.
El 30 de marzo de este año fue el último día que lo vi personalmente, aunque luego hablamos por teléfono frecuentemente hasta la segunda semana de septiembre, cuando salió hacia Miami para operarse.
Me recibió en su casa, en la que vivió desde su llegada a Ocoa en el año 1965. Su leal asistente, Diana Sajiún Isa, le avisó de mi llegada. Cuando me vio después de varios años sin encontrarnos, Luis salió a mi encuentro, me llamó muy contento por mi segundo nombre y nos confundimos en un abrazo. Hablamos durante tres horas esa tarde.
La conversación, que como siempre abarcó los temas políticos nacionales, también giró sobre la crisis del petróleo, la educación en el país, situación de la familia y sobre amigos mutuos, entre ellos Hamlet Hermann, con quien minutos después lo puse a hablar por teléfono.
El padre Luis supo apreciar el gran cariño y la admiración que cosechó de todos los ocoeños, afecto que no estuvo exento de incomprensiones y desavenencias como él mismo lo dijo muchas veces públicamente. Pero estoy convencido de que él se va con una gran decepción: los gobiernos nacionales no fueron consecuentes con Ocoa en la proporción en que los ocoeños lo merecían por el gran aporte comunitario a su desarrollo.
Cuando le pregunté cuáles eran las tres cosas que los gobiernos les negaban a los ocoeños, y que él no perdonaba, sin vacilación me dijo: La carretera Cruce de Ocoa-San José de Ocoa, de 28 kilómetros, construida entre 1975-77, que está casi intransitable. La reconstrucción de los principales caminos hacia las secciones y parajes para poder sacar la producción hacia los mercados y finalmente, tener electricidad permanente.
Sus argumentos eran irrebatibles y los sintetizaba en preguntas. “¿De qué vale que nosotros hagamos invernaderos comunitarios si luego los productos se pierden por falta de caminos?”. Y en el caso de los apagones, su pregunta-lamento fue “¿Después de pasarnos largos años reforestando y conservando las montañas de la cuenca del río Nizao, ahora los ocoeños no tenemos derecho a tener luz eléctrica, que deberíamos recibir gratis en pago por ser dueños de las aguas que la generan y llenan el acueducto de la Capital?”.
Es una verdadera lástima que el padre Luis no llegara a ver una carretera que sirva para el pueblo que más amó, y peor aun, que sus restos tuvieran que entrar saltando entre hoyos y cortejados por precipicios porque del año 1977 hasta hoy los gobiernos no consideran que los ocoeños merecen tener una vía transitable.
¡Descansa en paz, padre Luis, el ocoeño más sobresaliente, que algún día tu querido pueblo, de alguna manera, logrará completar la obra gigante que siempre animaste en el púlpito, con la guitarra, con tu brazo o simplemente con tu ejemplo de honradez y sacrificio constante.


Felipe Ciprián

1 comentario:

Con el ejemplo dijo...
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