domingo, 7 de febrero de 2010

Coronel Andújar Bazil: Ejemplo de vida hasta la muerte


Felipe Nery Ciprián

Cuando conocí a Antonio Andújar Bazil, ya hacía años que él era amigo de mi hijo mayor, Guido Amaury. Con frecuencia Guido, que era apenas un adolescente, me hablaba de que tenía un amigo que era oficial de la Policía y que prestaba servicios en Nizao, Baní.
-Papi ese es un hombre serio, te lo digo; actúa en todo como lo haces tú: respeta a la gente, es cariñoso, defiende a los infelices y solo se junta con la gente buena aquí en Ocoa -me decía Guido para reiterarme la necesidad de que conociera a su amigo Antonio.
Como siempre he sido amigo de los amigos de mis hijos, le dije a Guido que quería conocer y tratar a Antonio.
Grande fue mi sorpresa cuando tuve la agradable oportunidad de conocer en persona a Antonio, oficial de la Policía que fue ejemplo de honestidad y entrega sincera a la sociedad dominicana y que por desgracia murió recientemente víctima de una bala delictiva que lo atrapó en medio de la humildad en la que prefirió vivir para que hoy sus hijos tengan el orgullo de haber tenido un padre tan leal y generoso como él lo fue.
Siendo oficial (mayor) del Servicio Secreto en Baní, con frecuencia iba a la casa a compartir una conversación y todos en la familia lo rodeábamos del mayor afecto. Cuando quedábamos solos me comentaba la corrupción y el bandolerismo que afectaba a la sociedad, en Baní, en Ocoa, como en el resto del país. “Lo peor del caso es que todo eso es protegido por malos policías que asquean el uniforme y el buen nombre de la Patria”, me dijo en una ocasión.
Andújar Bazil pasó 32 años en la Policía Nacional y fue retirado con el rango de teniente coronel, pese a que estaba muy preparado. Era un oficial adiestrado por la Drug Enforcement Administration (DEA) de Estados Unidos, gran investigador, abogado, pero lo hicieron volar de la DNCD luego de que escapara de varios atentados preparados para matarle, los que siempre él sospechó que fueron montados por otros oficiales que veían en su seriedad investigativa un obstáculo para quienes eligieron hacerse ricos aprovechando los recursos del mismo narcotráfico.
En Baní, como mayor del Servicio Secreto, se movía en una motocicleta junto a un teniente que era su ayudante, porque supo rechazar todos los ofrecimientos que le hicieron oficiales para que aceptara jeepetas y carros de las que regalaron narcotraficantes y lavadores de dinero.
Cuando me lo contaba, apenas podía contener sus lágrimas, porque estaba asqueado con muchos de sus propios compañeros de uniforme.
Siempre recuerdo que cuando estaba esperando el ascenso de mayor a teniente coronel, en el año 2007, le sorprendieron con su puesta en retiro, pese a que el entonces jefe de la Policía, mi amigo Bernardo Santana Páez, lo ayudó y protegió en todo lo que pudo porque fueron compañeros de rango cuando eran tenientes.
Con la llegada del actual jefe de la Policía, Rafael Guillermo Guzmán Fermín, de inmediato lo llamó de nuevo a las filas porque sabía que se trataba de un oficial joven, bien preparado, honesto hasta la médula, que la Policía Nacional aun necesitaba para controlar la delincuencia.
Aceptó regresar a la Policía para servirle solo por un año. Puesto en retiro de nuevo, volvió a sus actividades civiles como abogado serio y buen amigo.
El sábado 31 de octubre de 2009 mi hijo Víctor me llamó en horas de la mañana. Como sus llamadas son frecuentes y viceversa, no sospechaba que ese sería uno de los días más tristes de mi vida. Me informó que Antonio había fallecido luego de cerca de un mes en convalecencia por un balazo que le habían dado delincuentes en la avenida Máximo Gómez, en Santo Domingo, mientras hacía una diligencia en una motocicleta.
Naturalmente, cuando ocurrió el ataque, Guido se enteró casi de inmediato y me llamó para decirme: -Papi, Antonio está interno en el hospital militar porque anoche lo asaltaron y le dieron un balazo en el abdomen. Está en cuidados intensivos y no lo dejan ver.
Cuando mejoró, Guido lo visitó en el hospital de la Policía y desde allí me llamó para ponérmelo al teléfono.
-Mi hermano, aquí estoy herido -me dijo.
-Cuanto lamento lo sucedido hermano, pero me conformo porque tú eres joven, Antonio, y como te oigo hablar se que te vas a recuperar.
-Fueron cuatro hombres contra mí y me balearon primero, pero yo luché con uno, lo desarmé, los ataqué a balazos con su misma arma, ese murió y herí a otro. Cuando agoté los tiros, halé mi pistola de reglamento y el grupo se retiró llevándose al herido. Luego me desmayé y fui llevado al hospital por un taxista que me auxilió.
-Sabía que tú no te ibas a dejar humillar por nadie sin echar una pelea digna, Antonio.
Cinco días antes de morir lo llamé a su celular, cuando tomó la llamada una señora me preguntó quién llama. Le dije simplemente: Ciprián.
Cuando la señora preguntó en voz alta ¿Ciprián?, Antonio reaccionó desde su cama diciendo: -Ay sí, Ciprián, ese apellido es grato para mí. Ese es mi amigo.
Enterado por Víctor de la inesperada muerte de Antonio, me invadió una tristeza inmensa, mezcla de impotencia e indignación, por lo que le dije a mi hijo:
-¿Sabes por qué Antonio murió anoche?
-Dime a ver.
-Está muerto por ser un hombre serio. Si hubiese sido un delincuente con uniforme, no hubiese andado en una motocicletita, sino en una jeepeta de las que constantemente le ofrecieron y nunca aceptó, delincuentes vestidos de policía y de civil, para que doblegara su integridad moral y no cumpliera su responsabilidad de proteger al pueblo.
Esa es la dura lección en este país que parece colocado patas arriba: los hombres serios caen bajo las balas porque andan con su humildad descubierta, mientras los delincuentes ascienden a la vida jalonados por su poder de dañar a la juventud y corromper a la autoridad.
Antonio deja dos hijos, menores, en Ocoa: Anthony y Cristina Belén, procreados con Nola. Y a Jonathan, en Santo Domingo, que es un hombre decente y caballeroso como su papá.
Para mí son como tres hijos a los que apenas he tratado, porque estoy seguro que si el caído hubiese sido yo, los míos tendrían en él a un padre mejor que yo en multiplicidad de aspectos de la vida.
Adiós, Antonio, Ocoa perdió a un hijo adoptivo excepcional que supo hacerse amigo de los adolescentes para llevarlos al deporte y no permitir que los delincuentes los arrastraran a las drogas.
Gracias, hermano, por la lección aprendida desde que te conocí hasta la hora de tu muerte.
Gracias, también, porque al menos no regalaste tu vida, sino que luchaste como debe hacerlo todo hombre que se respeta y que defiende tanto su honor como siempre lo hiciste tú. Eso no lo olvidaré nunca, pues si me toca, trataré de ser consecuente con esa enseñanza aunque nunca tuve la oportunidad de demostrarte que puedo hacerlo, algo que tanto te preocupaba por mi oficio de periodista y mi forma de ser.

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